lunes, 18 de mayo de 2009

En memoria del poeta que vivió adrede


Cuando alguien escucha la palabra “poeta” suele acudir a su mente la imagen idílica de un ser apartado de la realidad, intocable y etéreo. Para desterrar ese prejuicio, absurdo pero arraigado, no hay nada mejor que leer a autores como Mario Benedetti.

Escritor camaleónico, narrador, cuentista, dramaturgo y ensayista, Benedetti fue, por encima de todo, un poeta con mayúsculas. A él no le hacían falta vocablos incomprensibles ni temas bucólico-pastoriles propios de tiempos pretéritos. Su léxico directo, cotidiano y sencillo –que no simple- y sus temas relevantes, cercanos y atemporales (amor, solidaridad, muerte, libertad, melancolía, por mencionar algunos) bastaron para emocionar a millones de personas, que supieron apreciar en su poética una sinceridad y autenticidad tan inusitadas como necesarias.

A diferencia de otros autores, Benedetti entabló con los lectores un diálogo en igualdad de condiciones, sin mirarles por encima del hombro ni cegarles con lecciones de superioridad baratas. El haber sido taquígrafo, vendedor, cajero, contable, traductor, librero, funcionario, periodista, sin duda le ayudó a comprender el sentir de esos hombres y mujeres anónimos, condenados a pisotear anhelos encerrados en una oficina de ocho a cinco para volver a casa hastiados del mundo.

Ayer, este escritor alérgico a las etiquetas nos dejó. Se fue con un nuevo libro de poemas a medio acabar. Por suerte nos quedan sus más de ochenta obras para consolarnos por su pérdida y, sobre todo, para celebrar la grandeza de un uruguayo irrepetible.

“El mundo pasa sin interrupciones, con paisajes que llenan el contorno, alarmas con abismos, glorias inaccesibles, perdones que no pedimos y alborotos en la conciencia cerrada con candado.
Hasta que en una noche inesperada, los párpados sucumben y ya no se levantan.”
(Fragmento de “El mundo pasa” de su libro Vivir adrede)

martes, 12 de mayo de 2009

Adiós al poeta que hacía música


En mayor o menor medida, todos estamos atrapados en ese magma alienante que es la sociedad. Algunos logran zafarse de ella, otros terminan por ahogarse en sus aguas, la mayoría intentamos a duras penas mantenernos a flote.

Ante semejante panorama, cada obra de arte se presenta como una pequeña tregua que nos permite elevarnos por encima de esa sinrazón cotidiana. Es durante esos instantes de contemplación, de escucha, de lectura, cuando cobramos conciencia de nuestra individualidad a través del legado de otros, cuando nos creemos depositarios de secretos primigenios que consiguen, por unos segundos eternos e inaprensibles, reconciliarnos con nuestra especie. Qué paradoja tan fascinante reconocer –o descubrir- el “yo” en el “ellos” para sentir un único “nosotros”.

Músico y poeta, Antonio Vega poseía el don de convocar almas ajenas con sus creaciones. Aquí van dos de mis favoritas. Gracias, Antonio.

Lucha de gigantes - http://www.youtube.com/watch?v=Y3o4VfyBmhg
El sitio de mi recreo - http://www.youtube.com/watch?v=lSrQtx7BFQU