viernes, 12 de noviembre de 2010

Fragmento de "Marianela"


Fotografía de Annie Liebovitz titulada "Cinderella".

"Si hay personas que de un palacio hacen un infierno, hay otras que para convertir una choza en palacio no tienen más que meterse en ella."

Benito Pérez Galdós

viernes, 22 de octubre de 2010

Comienzos


Fotografía de Erica Leighton titulada "High"


Cuando el hartazgo es más fuerte que la cautela, solo hay dos opciones posibles: sucumbir al abismo y enredarse en la telaraña del tánatos o bramar un “basta” disonante y rotundo con el que inaugurar una nueva etapa. Quien opta por esto último, se sonríe complaciente al dar ese paso tan anhelado que antes se le hacía inimaginable. Exaltado, vacía su hatillo de obligaciones creadas y derrotas cotidianas para llenarlo con visiones felices de esa nueva Utopía hacia la que parte. Pero los nuevos comienzos son tan prometedores como inciertos y uno puede echar en falta esa red de seguridad llamada rutina que antes advertía con desprecio y, lo que es más terrible, puede ser presa del vértigo que supone saberse único responsable de esa puesta a cero, ya sea caprichosa o necesaria, y flaquear ante la voz interior que le repite “ya no hay excusa que valga…”

lunes, 26 de julio de 2010

Fragmento de "Mañana en la batalla piensa en mí"


Fotografía de Peter Ogilvie titulada "Room with a View".

"Tantas cosas suceden sin que nadie se entere ni las recuerde. De casi nada hay registro, los pensamientos y movimientos fugaces, los planes y los deseos, la duda secreta, las ensoñaciones, la crueldad y el insulto, las palabras dichas y oídas y luego negadas o malentendidas o tergiversadas, las promesas hechas y no tenidas en cuenta, ni siquiera por aquellos a quienes se hicieron, todo se olvida o prescribe, cuanto se hace a solas y no se anota y también casi todo lo que no es solitario sino en compañía, cuán poco va quedando de cada individuo, de qué poco hay constancia, y de ese poco que queda tanto se calla, y de lo que no se calla se recuerda después tan solo una mínima parte, y durante poco tiempo, la memoria individual no se transmite ni interesa al que la recibe, que forja y tiene la suya propia."

Javier Marías

sábado, 8 de mayo de 2010

Prisioneros


Ilustración de Michael Hogue con trabajadores en cubículos de oficina ©BELGA_MAXPPP_Michael Hogue


Todos somos presos de alguna cárcel encubierta. Pero las cárceles actuales ya no son lugares espeluznantes con calabozos sucios y oscuros, sino que están a la vista de todos e incluso son aceptadas socialmente.

¿Quién no ha acudido alguna vez a uno de esos edificios en los que la simetría se pone al servicio del aislamiento y cada individuo aparece encerrado en un cubículo? Estarán de acuerdo conmigo en que se trata de una visión cuando menos perturbadora: todas esas personas atrapadas, sentadas frente a una mesa anegada en archivadores y bandejas de informes varios, con una taza de café frío en la mano, la mirada fija en la pantalla y una maraña de cables a los pies. Dejan de ser individuos para convertirse en autómatas que se dedican –consciente o inconscientemente- a pisotear sueños pretéritos de 9 a 6. Lejos de llevarse las manos a la cabeza, la sociedad ensalza esos espacios como dignificantes, quizá porque no faltan casos de gente a la que teclear mensajes insípidos dirigidos a personas sin rostro le hace sentirse útil, importante, parte de una incierta maquinaria social.

Sin embargo, es probable que la cárcel moderna más abarrotada sea de índole más personal. A menudo nuestras prisiones toman la forma de otro ser, admirado o temido, al que entregamos nuestro hatillo de amor propio, deseos y temores con la esperanza de que acepte llevarnos a cuestas por el camino de un mañana demasiado tremebundo como para emprenderlo en soledad. Asimismo, existen cárceles etéreas e invisibles, cimentadas a base de ideas místicas, principios revolucionarios y miedos inconfesables, cuyos muros nos mantienen a salvo de aquellas criaturas que se nos antojan grotescas, ofensivas o incluso tentadoras.

Por supuesto, todas las prisiones anteriores, así como las no mencionadas, son combinables entre sí y tan infinitas como las cadenas que pueden apresarnos de forma simultánea. Lejos de ser una excepción, yo también tengo cierta experiencia en forjarme grilletes a medida. ¿Y ustedes?

jueves, 22 de abril de 2010

¡Feliz Día del Libro!


"¡Oh, amigo John, qué mundo tan extraño el nuestro! Un mundo bien triste, lleno de preocupaciones, de miserias, de desdichas. Y, sin embargo, cuando llega la Risa todo baila en el aire. Los corazones atormentados, los huesos de los cementerios, y las lágrimas que queman las mejillas, todo danza al son de la música que emite la risa por la boca, en la que nunca se dibuja la menor sonrisa. Créeme, amigo mío, hemos de estarle agradecidos a la Risa. Ya que nosotros, hombres y mujeres, podemos compararnos a unos cordones de los que tira alguien de uno y otro cabo; luego, se vierte el llanto y, como con el efecto de la lluvia sobre los cordajes, éstos se endurecen hasta que la tensión se torna insportable, y entonces nos abatimos. En ese momento, llega la Risa como un rayo de sol y distiende la cuerda; de este modo, podemos proseguir nuestra labor, sea cual sea."

Drácula, Bram Stoker

viernes, 16 de abril de 2010

Sin dedicatoria


Cuando me regalan libros, acostumbro a pedir que me los dediquen. Un libro sin dedicatoria se queda cojo, carente de historia, perdido en el tiempo. Pero, en ocasiones, un mero título o los tonos de una cubierta son suficientes para retrotraernos a un ayer enmarañado que de repente se desenreda.

Eso es lo que me sucedió hace unas semanas al descubrir en mi estantería un ejemplar titulado Diccionario de refranes. Fue uno de esos típicos regalos que compran las madres para que los entregues como propios cuando aún eres demasiado pequeña para compartir el afán adulto por cumplir en fechas señaladas. El destinatario de la obra era mi abuelo, quien como buen castellano había crecido rodeado de dichos populares y disfrutaba con la sabiduría que estos encierran.

La decepción ante la ausencia de una dedicatoria y la datación incierta del libro se esfumó en un instante al hojearlo y descubrir varios marcapáginas. Cada uno de ellos parecía haber sido cuidadosamente situado para guiar al intruso hasta los pasajes favoritos de su antiguo dueño o hasta los puntos en que el homenajeado había detenido su lectura. El olor a Ducados aún impregnaba las páginas y eso bastó para abrir de par en par la siempre entreabierta puerta de la memoria. Volví a ver a mi abuelo plácidamente tumbado en el sofá frente al televisor, cubierto hasta la cintura con una manta pardusca y sosteniendo un cigarro en la mano derecha.

De haber podido regalarle este diccionario ahora, por motu proprio y de mi bolsillo, ¿habría acertado a elegir las palabras exactas para dedicárselo? La nostalgia por los momentos pasados me impide imaginar con claridad un presente ahora imposible. Lo único que puedo hacer es sentarme a leer este tomo y reírme al descubrir refranes como “criado por abuelo, nunca bueno”.

lunes, 1 de febrero de 2010

Fragmento de "Un hombre que duerme"


"La trampa era ese sentimiento a veces casi excitante, ese orgullo, esa especie de embriaguez; creías no necesitar nada más que la ciudad, sus piedras y sus calles, las multitudes que te arrastran, no necesitar nada más que un pedazo de barra en la Petite Source, un asiento delantero en un cine de barrio; nada más que tu cuarto, tu antro, tu jaula, tu madriguera, donde vuelves cada día, de donde te vas cada día, ese lugar casi mágico donde ahora ya no se le ofrece nada más a tu paciencia, ni siquiera una grieta en el techo, ni una veta en la madera de la estantería, ni tan siquiera una flor en el papel pintado. Dispones, una vez más, los cincuenta y dos naipes sobre tu banco estrecho; buscas, una vez más, la improbable solución de un laberinto sin forma."

Georges Perec