Después de la tormenta siempre llega la calma, y tras cada acceso de ira busco la complicidad del silencio. En él no hay lugar para mis habituales compañeros de batallas: ni novelas, ni largometrajes, ni él. Me cobijo en ese mundo inaprensible al que mis propios pensamientos tienen la entrada prohibida.
Luego me pregunto cómo es posible que mis arrebatos le pillen tan desprevenido. Es incapaz de ver mi vaso frágil colmarse de gotas funestas. Y cuando la ira me convierte en un gato salvaje, me mira horripilado. Quizá también él sea dueño de un vaso invisible a punto de inundarse con los destellos de mi locura.
6 comentarios:
Respecto a la última cuestión en el aire, sí, yo creo que es probable.
Hay veces en que es imposible controlar los accesos de ira, es un enemigo invisible, nos va envenenando lentamente.
Toca respirar lento y contar hasta 100 si es preciso.
Un saludo!
Muy probable. Todos tenemos nuestro vaso...
Me gustó mucho.
Un abrazo!
Nunca puede llover eternamente.
Saludos y un abrazo.col
Algunos explotamos de tanto en tanto, como los géisers y otros saben colocar a tiempo el pitorrillo de la olla a presión y no se queman nunca...
Cuanto tiempo sin pasar. Espero que todo vaya bien en tu vaso ;)
Kisses de paseo ***
a veces llueve y me gusta.
En algún punto todos enloquecemos de amor, de bronca, de rabia, de indiferencia...
Publicar un comentario