domingo, 29 de noviembre de 2009

Fragmento de "Todos los nombres"


"Personas así, como este don José, se encuentran en todas partes, ocupan el tiempo que creen que les sobra de la vida juntando sellos, monedas, medallas, jarrones, postales, cajas de cerillas, libros, relojes, camisetas deportivas, autógrafos, piedras, muñecos de barro, latas vacías de refrescos, angelitos, cajas de música, botellas, bonsáis, pinturas, jarras, pipas, obeliscos de cristal, patos de porcelana, muñecos antiguos, máscaras de carnaval, lo hacen probablemente por algo que podríamos llamar angustia metafísica, tal vez porque no consiguen soportar la idea del caos como regidor único del universo, por eso, con sus débiles fuerzas y sin ayuda divina, van intentando poner algún orden en el mundo, durante un tiempo lo consiguen, pero sólo mientras pueden defender su colección, porque cuando llega el día en que se dispersa, y siempre llega ese día, o por muerte o por fatiga del coleccionista, todo vuelve al principio, todo vuelve a confundirse."

José Saramago

sábado, 7 de noviembre de 2009

Retratos


Nada más salir del ascensor, mis familiares me recibieron con desproporcionadas alharacas. Hacía meses que no nos veíamos y todos se deshicieron en atenciones mientras yo dejaba las maletas en el estudio y me ponía cómoda. Todos menos él, que se limitó a contemplarme desde el salón con aquella mirada fría que llevaba años perfeccionando. Quizás era su forma de echarnos en cara el abandono sordo en que le habíamos sumido.

Aproveché uno de los pocos instantes en que quedamos a solas para acercarme más a él. Acaricié su rostro con mi mano izquierda, en un intento por retirar el polvo acumulado sobre el retrato. Resulta curioso -pensé- cómo los cuadros parecen mimetizarse con las paredes de una casa hasta desaparecer por completo del campo visual de sus moradores. ¿Cuántos años, meses, días son necesarios para que estos dejen de detenerse frente a los retratos y olviden los rostros de los allí inmortalizados? Como suele decirse, la vida sigue, y a los difuntos les espera una muerte progresiva hasta alcanzar la anonimia del olvido, la inexistencia absoluta. Sin embargo, los muertos, de vez en cuando, logran vengar su sino -si bien de forma precaria- hablándonos en sueños de los que inevitablemente despertamos envueltos en un sudor frío y con un nudo de nostalgia en la garganta.