jueves, 22 de abril de 2010

¡Feliz Día del Libro!


"¡Oh, amigo John, qué mundo tan extraño el nuestro! Un mundo bien triste, lleno de preocupaciones, de miserias, de desdichas. Y, sin embargo, cuando llega la Risa todo baila en el aire. Los corazones atormentados, los huesos de los cementerios, y las lágrimas que queman las mejillas, todo danza al son de la música que emite la risa por la boca, en la que nunca se dibuja la menor sonrisa. Créeme, amigo mío, hemos de estarle agradecidos a la Risa. Ya que nosotros, hombres y mujeres, podemos compararnos a unos cordones de los que tira alguien de uno y otro cabo; luego, se vierte el llanto y, como con el efecto de la lluvia sobre los cordajes, éstos se endurecen hasta que la tensión se torna insportable, y entonces nos abatimos. En ese momento, llega la Risa como un rayo de sol y distiende la cuerda; de este modo, podemos proseguir nuestra labor, sea cual sea."

Drácula, Bram Stoker

viernes, 16 de abril de 2010

Sin dedicatoria


Cuando me regalan libros, acostumbro a pedir que me los dediquen. Un libro sin dedicatoria se queda cojo, carente de historia, perdido en el tiempo. Pero, en ocasiones, un mero título o los tonos de una cubierta son suficientes para retrotraernos a un ayer enmarañado que de repente se desenreda.

Eso es lo que me sucedió hace unas semanas al descubrir en mi estantería un ejemplar titulado Diccionario de refranes. Fue uno de esos típicos regalos que compran las madres para que los entregues como propios cuando aún eres demasiado pequeña para compartir el afán adulto por cumplir en fechas señaladas. El destinatario de la obra era mi abuelo, quien como buen castellano había crecido rodeado de dichos populares y disfrutaba con la sabiduría que estos encierran.

La decepción ante la ausencia de una dedicatoria y la datación incierta del libro se esfumó en un instante al hojearlo y descubrir varios marcapáginas. Cada uno de ellos parecía haber sido cuidadosamente situado para guiar al intruso hasta los pasajes favoritos de su antiguo dueño o hasta los puntos en que el homenajeado había detenido su lectura. El olor a Ducados aún impregnaba las páginas y eso bastó para abrir de par en par la siempre entreabierta puerta de la memoria. Volví a ver a mi abuelo plácidamente tumbado en el sofá frente al televisor, cubierto hasta la cintura con una manta pardusca y sosteniendo un cigarro en la mano derecha.

De haber podido regalarle este diccionario ahora, por motu proprio y de mi bolsillo, ¿habría acertado a elegir las palabras exactas para dedicárselo? La nostalgia por los momentos pasados me impide imaginar con claridad un presente ahora imposible. Lo único que puedo hacer es sentarme a leer este tomo y reírme al descubrir refranes como “criado por abuelo, nunca bueno”.