sábado, 7 de noviembre de 2009

Retratos


Nada más salir del ascensor, mis familiares me recibieron con desproporcionadas alharacas. Hacía meses que no nos veíamos y todos se deshicieron en atenciones mientras yo dejaba las maletas en el estudio y me ponía cómoda. Todos menos él, que se limitó a contemplarme desde el salón con aquella mirada fría que llevaba años perfeccionando. Quizás era su forma de echarnos en cara el abandono sordo en que le habíamos sumido.

Aproveché uno de los pocos instantes en que quedamos a solas para acercarme más a él. Acaricié su rostro con mi mano izquierda, en un intento por retirar el polvo acumulado sobre el retrato. Resulta curioso -pensé- cómo los cuadros parecen mimetizarse con las paredes de una casa hasta desaparecer por completo del campo visual de sus moradores. ¿Cuántos años, meses, días son necesarios para que estos dejen de detenerse frente a los retratos y olviden los rostros de los allí inmortalizados? Como suele decirse, la vida sigue, y a los difuntos les espera una muerte progresiva hasta alcanzar la anonimia del olvido, la inexistencia absoluta. Sin embargo, los muertos, de vez en cuando, logran vengar su sino -si bien de forma precaria- hablándonos en sueños de los que inevitablemente despertamos envueltos en un sudor frío y con un nudo de nostalgia en la garganta.

4 comentarios:

Espérame en Siberia dijo...

Dicen que uno muere hasta que es olvidado. Yo ya no sé, jajaja.

Un abrazo inmenso, linda :D

eMiLiA dijo...

A mi me hablan en sueños y de vez en cuando movilizan sus retratos para que no olvide nunca que siguen por acá.

Un abrazo!

Manuel dijo...

Y sin darnos cuenta, en lo que somos llevamos una parte de nuestros antepasados con nosotros...

Espérame en Siberia dijo...

Jajajaja, qué curioso que no necesitaras que dijera quién era yo. Varios me dijeron eso, no sabía que se podía, pero qué gusto =D

¿Cómo has estado, cariño?

Muchos besos.